El cisne negro (John Merrill)

Negro sobre el agua tranquila más allá de patios con junquillos
avanzando, el cisne negro convoca
un caos privado que trina a su paso,
asumiendo, como una cuarta dimensión, un esplendor
que llama al niño con ideas blancas de cisnes
a que se acerque a ese lago verde
donde cada paradoja maravilla.

Aunque el cuello negro se estira no tan diferente
a un signo de interrogación en el lago,
el cisne prohibe las preguntas fáciles:
una cosa en sí misma, equívoca, conocida desde antes
como el dolor, o una mujer que cantan mientras despertamos;
y la canción de cisne que canta
es el inmenso silencio del cisne.

Ilusión: el cisne negro sabe cómo atravesar
las expectativas, el pico
apunta ahora a su propio pecho, ahora a su reflejo,
y cruza nuestras vidas, si el lago es la vida,
y con el más sutil de los giros de su cuello
convierte, con el tiempo, el daño del tiempo;
en menos de una pluma negra, la congoja del tiempo.

Hechizador: el cisne negro ha aprendido a entrar
al centro perdido de la tristeza
donde, como una fiesta de mayo, tragedias singulares
se entretejen en cintas alrededor del poste para compartir
un vacío, un tuétano de puro invierno
que nunca cambia sino que es
hielo y aire siempre destellantes.

Siempre el cisne negro se mueve en el lago. Siempre
llega el momento de mirar
el alto emblema girar y alejarse
al lado opuesto, siempre. El niño rubio
en la orilla, con las manos llenas de maravillas difíciles, se queda
ahora dichoso, ahora dudando.
Sus labios se mueven: amo al cisne negro.

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